domingo, 2 de octubre de 2011

"Vamos a ver una puesta de sol"


Las puestas de sol son muchas veces un gran espectáculo de luz . Un gran regalo.
Entre septiembre y octubre, al final de la época de lluvias en El Salvador, es uno de los mejores momentos para disfrutar de los celajes con tonos que van desde el azul y el dorado, pasando por el naranja, hasta un extraño tono rosa. En la foto, el atardecer del sábado 24 de septiembre de 2011 en Olocuilta.

VI

¡Ah, principito, cómo he ido comprendiendo lentamente tu vida melancólica! Durante mucho tiempo tu única distracción fue la suavidad de las puestas de sol. Este nuevo detalle lo supe al cuarto día, cuando me dijiste:

—Me gustan mucho las puestas de sol; vamos a ver una puesta de sol…

—Tendremos que esperar…

—¿Esperar qué?

—Que el sol se ponga.

Pareciste muy sorprendido primero, y después te reíste de ti mismo. Y me dijiste:

—Siempre me creo que estoy en mi tierra.

En efecto, como todo el mundo sabe, cuando es mediodía en Estados Unidos, en Francia se está poniendo el sol. Sería suficiente poder trasladarse a Francia en un minuto para asistir a la puesta del sol, pero desgraciadamente Francia está demasiado lejos. En cambio, sobre tu pequeño planeta te bastaba arrastrar la silla algunos pasos para presenciar el crepúsculo cada vez que lo deseabas…

—¡Un día vi ponerse el sol cuarenta y tres veces!

Y un poco más tarde añadiste:

—¿Sabes? Cuando uno está verdaderamente triste le gusta ver las puestas de sol.

—El día que la viste cuarenta y tres veces estabas muy triste ¿verdad?

Pero el principito no respondió.

[Capítulo VI de El Principito, de Antoine de Saint-Exúpery]



*          *          *




Hace poco más de un año comencé a escribir este blog. He disfrutado mucho haciéndolo, pero lamento no haberlo alimentado con la velocidad que prometí. Espero ponerme al día. En el tintero hay varias ideas que por falta de rigor no he podido terminar.

Esta es la entrada 18 y quiero compartir fotografías de las puestas de sol del último fin de semana de septiembre y del primer sábado de octubre de 2011.

Los atardeceres son un gran evento, incluso cuando uno cree que las nubes no dejarán ver nada. Siempre es impresionante ver como, a veces, —cuando muere la tarde— se logra abrir un espacio por donde se cuela la luz del Sol, que hace que las nubes se transformen y vayan de un gris profundo a un estallido de colores.

En la última semana he leído los comentarios de mis contactos en Facebook y Twitter sobre los brillantes tonos de la tarde salvadoreña. Las puestas de sol todavía enamoran.

El mejor atardecer que he visto ocurrió en Los Planes de Renderos hace un par de años. De ese día no tengo registro fotográfico, solo una diminuta pulsera negro y café que guardo con mucho aprecio (y todavía llevo en mi mano derecha).

También está claro el recuerdo de un sol rojo escondiéndose en el filo de la cordillera del Bálsamo. Desde entonces ya no los veo igual. ¿Nostalgia? Probablemente. Quizá no fue el atardecer en sí, sino la compañía la que lo hizo inigualable. De hecho, así es.


Abrí esta entrada con el Capítulo VI de El Principito, un libro que como los atardeceres logra conectar con miles de personas, con miles de historias que se suceden una y otra vez. 

El libro es un relato genial por muchas cosas. Siempre es interesante como logra hacer clic con los lectores, no importa dónde estén. Las metáforas de un desierto, una flor, un farolero y un zorro siempre cobran vida entre nosotros, en nuestros recuerdos.

Reconozco que en tras mi primera lectura quise ser ese diminuto personaje que apenas y movía unos metros su silla para deleitarse con el ocaso en su pequeño asteoroide del cual el nombre poco importa.

Leí El Principito por primera vez en la escuela, cuando no pasaba de los 13 años. Desde entonces lo he retomado varias veces, incluso en la universidad y ahora. Quizá no sea el único.

Entre sus frases están algunas de mis citas favoritas. 


El cielo en llamas. Detalle del Palacio Municipal de Santa Tecla.
Foto del domingo 25 de septiembre de 2011.


Lo que el principito no se atrevía a confesarse, era que la causa por la cual lamentaba no quedarse en este bendito planeta se debía a las mil cuatrocientas cuarenta puestas de sol que podría disfrutar cada veinticuatro horas.
Final del capítulo XIV, luego de visitar 
el quinto planeta, el del farolero.

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¿Puesta de Sol sin Sol? Claro. El cielo gris apenas se abre para dar una colorida
despedida al día. Esta foto es de el 1 de octubre (Día del Niño en El Salvador). 

Al norte, sobre el rumbo de San Salvador (visto desde mi casa), apareció
esta enorme nube de tormenta. Lástima por los cables y por el poco tiempo
que dio para medir mejor la luz...


No vi el sol, pero sus rayos permitieron colorear al cielo. Tonos como este
naranja intenso del sábado 1 de octubre de 2011.

Nubes doradas bajo un cielo azul. El cielo es caprichoso. En realidad parece
un enorme lienzo donde un inspirado artista hace cada día su obra.
Foto del sábado 1 de octubre de 2011.

El cielo sobre El Paseo El Carmen, Santa Tecla. El domingo 25 de septiembre.
Dedicado a con mucho cariño a... [supongo que ella lo sabrá al leerlo. La quiero mucho]

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