Los rumores de atentados provocaron que la capital entrara en caos. Los comercios cerraron temprano, las calles del centro de la capital lucieron desoladas. A las 3:00 de la tarde el corazón de San Salvador era lo más parecido a una ciudad de película del viejo oeste temiendo el azote de forajidos.
Las redes sociales hervían de comentarios e hipótesis sobre las amenazas y la zozobra dio paso a oraciones, maldiciones y una amalgama de sentimientos e impotencia. El miedo paralizó ese día a una ciudad bulliciosa y a su pujante comercio informal.
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El Salvador es un país pequeño y la ola de violencia que vivimos opaca a miles de cosas buenas que todavía ocurren. Tradiciones que son un recuerdo de que no todo está perdido.
Ese día, Ahuachapán (100 km al occidente de San Salvador) encendía sus farolitos, una luminosa tradición que se encaja en una fiesta del calendario católico que marca al 7 de septiembre, asignado como la víspera del natalicio de la Virgen María (en la fiesta de la Inmaculada Concepción).
Hay al menos un par de versiones sobre el origen de los farolitos y hay un debate si estos nacieron acá o en la vecina Concepción de Ataco, un municipio que también comparte esta particular decoración, que por una noche alumbra a la mayoría de casas que con 1, 10, 100 o más de 1,000 faroles encienden una tradición que parece brillar más año con año.
Esta fue la segunda vez que asistí a este festejo y realmente no me defraudó. Los colores de las calles ahuachapanecas son especiales la noche del 7 de septiembre y es admirable la dedicación de decenas de personas para fabricar los faroles hechos con madera, papel celofán y una vela.
Las luces nacen en el parque central de la ciudad y se extienden por las calles en dirección de los cuatro puntos cardinales. El olor a carne asada y otras frituras de feria invade el ambiente en el parque central (La Concordia), la música y los colores son más intensos ahí.
La ciudad realmente se está preparando para el turismo, como otros poblados vecinos luce ya varios murales, un sello para los municipios del occidente que ahora ven una oportunidad en el turismo.
¿Pero qué hace diferente a esta feria de otras? Quizá la dedicación para iluminar a la ciudad.
Los faroles se encienden el 7 previo a que el sol se esconda en el poniente y poco a poco las calles se iluminan. La luz es efímera y se apaga al filo de las 9:00 de la noche, un tiempo suficiente para ver estrellas de David, árboles, barcos, portales y un gran número de figuras adornando cuadras y cuadras.
Sin duda una invitación para volver.
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Quizá más de alguno reclame que a veces algunas fotos no muestran la realidad y que buscan perfilar a un país "bonito". El Salvador tiene muchos problemas que debemos atender como nación: pobreza, desempleo y delincuencia son solo algunos de ellos. Hay que dar un giro, pero creo que tampoco debemos hundirnos en el pesimismo porque este no es el peor país del mundo. Hay varias luces que nos marcan el camino y que nos dan esperanzas de que podemos tener un futuro mejor.
Este es un pequeño bambú decorado con cientos de farolitos con papel celofán rojo. El resultado aparente: una zarza ardiente que no se consume. |
Casa de la Cultura de Ahuachapán. El edificio es una joya arquitectónica. El día de los farolitos está abierta al público. |
Otro ángulo de la Casa de la Cultura ahuchapaneca. La ciudad, es además cabecera departamental. |
Dulces de feria. |
El ponche con piquete es una tradición en las principales ferias. Esta señora muy amablemente me regaló un vaso de ponche tras tomarle esta foto. |
No todo es faroles. La oferta culinaria se multiplica. El olor a carne asada despierta el apetito a la hora que sea. |